¡Hay más!...
Señorita Miedo
Por Elisa Qui
(PARTE 1)
Una bota de agujeta hizo presencia en el empedrado que daba la bienvenida en la parte posterior del internado Hambleden, le siguió la otra y a continuación la falda de un vestido calló.
–Gracias. –Dijo una seria pero amable voz. A continuación, un mozo dispuso unas maletas al lado de la dama que se encontraba de pie frente al carruaje, el hombre realizó una reverencia y la mujer le hizo entrega de una generosa propina.
–Mil gracias, mademoiselle.
–De nada. Buen camino. –El mozo hizo una reverencia más, regresó al carruaje y partió.
En la ventana del tercer piso del internado Hambleden, alumbrados por la luz del sol, al menos 15 niños se pegaban a un mugriento vidrio para comprobar que había llegado la mujer a la que tanto temían.
–¡Es cierto! ¡Está de vuelta!
–No puede ser cierto que sea ella, la mujer usa un vestido rosado suave, ella nunca usaría esa ropa.
–Debe ser porque fue de viaje. –Contestó una niña.
–¿Y qué? La Señorita Miedo nunca usaría algo así, debe ser otra mujer.
–¡No! Es ella, mírala.
–Por supuesto que la veo, zopenco, usa un sombrero con flores.
–Quizás se enamoró. –Contestó una chiquilla de nombre Lucila, la menor de todos los que ahí se encontraban.
–No seas tonta. La Señorita Miedo nunca se enamoraría, además, nadie la querría, por eso le dicen Señorita Miedo, asustaría a cualquiera.
–No le bastó con dejarnos a sus monstruos, ahora viene con nuevos, de seguro.
–O quizás sea diferente.
–¡Qué va! –El sombrero, que hasta entonces se había mantenido en la misma posición, se hizo hacia atrás. Los niños retrocedieron asustados, pues estaban seguros que la Señorita Miedo ya los había visto, aunque estuvieran en el tercer piso de un enorme internado con ventanas mugrientas, no estaban tan equivocados, la Señorita Miedo los había sentido.
—Maestra Braybrooke, espero que su viaje haya resultado como lo deseaba. –Dijo la directora del internado Hambleden sin despegar los ojos de los papeles que revisaba sobre su amplio escritorio de madera.
–Así lo fue, directora Petterson, pero me alegra estar de vuelta. –La mujer levantó la vista de los documentos.
–No creo que exista una sola persona que se alegre de estar en este lugar. Aquí solo hay miedo, dolor e inseguridad. –La señorita Amanda sonrió.
–Justo por eso me alegra estar de vuelta, porque aquí soy de utilidad. –La señorita Petterson se puso de pie y dio la vuelta para mirar por el amplió ventanal, podía mirar perfectamente la entrada del internado. La señorita Braybrooke prefirió no llevar la contraria, pero ella creía que cuando había niños, había risas, así fuese en medio de contextos dolorosos, los niños encuentran un motivo para maravillarse por el mundo.
–Temo decirle que aquí los vientos se han agitado desde que usted partió. Desde hace una semana, no hay una sola noche en la que al menos un par de niños no despierten gritando despavoridos, como si el mismísimo maligno les visitara.
–¿Hay alguna razón en particular para ello?
–No lo creemos, mantenemos la cotidianidad en los días, pero en las noches las cosas son completamente distintas. –La señorita Braybrooke asintió.
–Me mantendré vigilante de la situación.
–Hay algo que hemos preferido mantener en silencio. –En ese momento la directora Petterson volteó hacia la señorita Braybrooke. –En varias ocasiones, apenas hemos llegado a tiempo para detener a los niños, quienes, como guiados por un extraño poder, se dirigen a la antigua ala del edificio. –Hizo una pausa que la señorita Braybrooke decidió no interrumpir. –Como sea, quizás algún infante ha corrido alguna historia y en una especie de histeria sucede aquello, pero me veo en la responsabilidad de informarle para que se prevenga, sobre todo en sus rondines.
–Por supuesto.
–No hay nada más. Por favor reincorpórese a sus actividades mañana mismo.
–Así será. Con su permiso.
–Adelante. –La señorita Amanda salió de la oficina de la directora, cerró la pesada puerta la puerta de madera.
Amanda Braybrooke era la maestra de inglés sustituta en el internado Hambleden. Además, era a quien correspondía asegurarse de que los niños de entre siete y diez años estuviesen en sus posiciones a la hora asignada para dormir; los martes también se ocupaba de que los estudiantes mantuvieran los modales en la mesa, cuando a quien le tocaba hacer la revisión era a la Señorita Miedo (así nombrada por los niños), todo mundo comía como se debía: no recargaban los codos en la mesa, tomaban la cuchara adecuadamente y no hacían demasiado ruido. La señorita Amanda era joven, apenas y había pasado los 25 años, una dama nada despreciable para un caballero, tenía la piel clara como la porcelana y el cabello castaño; mas entre sus planes no se encontraba el matrimonio, ella tenía misiones que cumplir, aun y cuando no las conociera en este momento, sabía que existían. La Señorita Miedo no era conocida por castigar, tampoco por gritar desmedidamente a sus alumnos, eso lo hacían otros profesores, a los que no le tenían tanto miedo como a ella; hablaba solo lo necesario y, si no se requería, no hablaba. Durante sus clases el silencio reinaba, exceptuando en los momentos en los que solicitaba alguna participación. El miedo que infundía la maestra Braybrooke era algo que emanaba de ella, los alumnos rumoraban que se alojaba en sus ojos, pues era inevitable perturbarse si se les miraba: se trataban de unos enormes ojos avellanados, con un iris excepcional, en el cual podían observarse tonos grises, azules y verdes.
–La Señorita Miedo ha regresado, seguro trae más monstruos con ella.
–O quizás los monstruos también se vallan.
–No lo creo. –Dijo el pequeño que a leguas era posible observar que se trataba del líder del pequeño grupo que discutía en ese lugar. –Si se fue y nos dejó monstruos aquí.
–Yo creo que la extrañaban. –Contestó Lucila, Alice, que fungía como su protectora en el lugar, la abrazaba.
–¡Cómo no la van a extrañas si es igual a ellos!
En uno de los salones superiores del internado, polvoso por la falta de uso, los pequeños alumnos de la maestra Braybrooke se encontraban enfrascados en la discusión de la Señorita Miedo, hacia un par de semanas el tema había sido su misteriosa partida. Lo cierto era que desde que la mujer se ausentó, en el lugar comenzaron a experimentarse extraños fenómenos: niños que se despertaban gritando, pequeños que en un estado parecido al sonambulismo caminaban hacia la parte antigua del lugar y había quienes se atrevían a asegurar que había ruidos y susurros.