Señorita Miedo
Por Elisa Qui
(PARTE 2)
La puerta se cerró, la Señorita Miedo había terminado su rondín de esa noche y todos los niños estaban en sus posiciones, pero no dormidos. Bastaron unos segundos para que el más inquieto de todos se despegara las sábanas y se sentara.
–Tenemos que hacer algo, anoche las cosas sucedieron en el cuarto de al lado, los monstruos se acercan.
–¿Y qué propones? –Dijo Frank, el aliado de Harrison.
–Creo que podríamos turnarnos para vigilarlos.
–Yo no creo que eso funcione –respondió Mauro–, pues los maestros hacen revisiones y eso no los ha detenido.
–Sí, pero a los que buscan es a nosotros, así podremos defendernos.
–Si es un monstruo muy grande y malo, no podremos defendernos –dijo Lucila.
–Quizás todos juntos sí. –Los niños habían escuchado los rumores, después de las pesadillas, en las noches siguientes, los pequeños salían como hechizados en busca de algo que para todos era incierto; hasta ahora los habían detenido, pero qué tal si no había nadie para salvarlos a ellos.
–Mikel, tú eres el que ha soñado, quizás si te mantienes despierto toda la noche puedas evitar ir.
–Sí, quizás. –El niño estaba dispuesto a tomar cualquier solución que le propusieran, se encontraba aferrado a las sábanas y las piernas le temblaban bajo el camisón.
–Yo tengo una idea –dijo Alice.
–¿Cuál?
–He escuchado que la Señorita Miedo puede ayudar a quitar el miedo.
–¡Esa es una tontería! La Señorita Miedo lo da, no lo quita.
–Lo sé, pero dicen que da tanto miedo, que puede asustar al mismo miedo.
–Yo nunca he escuchado eso –respondió Harrison.
–Porque tú no hablas con los mayores, a mí me lo contó Clarise en la lavandería.
–¿Qué te ha dicho?
–Que antes había una niña que se llamaba Charlotte, dijo que cuando miró a la Señorita Miedo directo a los ojos, sintió tanto terror que recordó sus peores pesadillas, tras ese día no volvió a tener malos sueños.
–Pudo haber sido una coincidencia.
–Pero también podría funcionar. –Alice sabía que a los niños no les gustaba que las niñas opinaran, pero ella estaba dispuesta a defender su punto de vista y a proponer una solución para aquello que afectaba a todos.
–¿Qué tendría que hacer? –Intervino un asustado Mikel entre las penumbras que los rodeaban, pues solo tenían un par de lámparas por si requerían ir al baño o para cualquier otra situación, en aquel lugar no podían permitirse gastar en recursos innecesarios.
–Solo tendrías que mirarla a los ojos mientras piensas en tu peor pesadilla, o lo que soñaste.
–¿No estarás pensando hacerlo Mike? ¡Es una locura! –Harrison dijo aquello como si la sola idea fuese un desastre, y él era el experto en causarlos.
–Pues creo que podría intentar, la Señorita Miedo lo causa, sin embargo, nunca ha hecho nada real para lastimarnos.
–Porque se reserva eso para cuando nadie la ve –defendía un Harrison ofendido porque Alice estuviese planteando aquello.
–Yo creo que no es tan mala idea –añadió Frank–, quizás no suceda nada y solo nos regañen.
–Bueno, ¿son tontos todos o qué? No solo no pretenden defenderse del monstruo, sino ir a buscarlo.
–Alguien tendría que acompañarme –dijo Mikel más convencido.
–Por supuesto.
–Yo lo puedo hacer –sugirió Mauro.
–Lleven con ustedes una lámpara. –Hizo uso de la voz Lucila, quien, a pesar de estar abrazada a Alice, prefería que sus compañeros llevaran consigo una de las luces para protegerse de aquello que pudiera atravesarse en el camino.
La maestra Braybrooke tenía los pies sobre un par de almohadas que había colocado en el piso, había retirado sus botas y se encontraba leyendo un antiguo libro forrado en piel. Levantó la vista, pues estaba segura de que algo se acercaba a sus aposentos, algo como el miedo. Se puso de pie y se colocó las pantuflas, las cuales fueron cubiertas por una larga bata de dormir y su camisón cuando los soltó. Se acercó a la puerta y la abrió, frente a ella se encontraba, aferrándose a una lámpara, el pequeño Mikel York, aun petrificado porque la Señorita Miedo abrió la puerta siquiera antes de que él tocara.
–Joven York, ¿en qué le puedo ayudar? –El pequeño se limitó a observarla, estaba aterrorizado. La Señorita Miedo colocó sus manos entrelazadas frente a ella y lo observó, desde su altura y con las luces que iluminaban desde el interior de su habitación, lucía imponente.
–Señorita… maestra.
–Dígame, ¿le sucede algo a usted o a alguno de sus compañeros?
Mikel York no respondió, se limitó a seguir las instrucciones de Alice: pensó con todo detalle en el sueño que lo había invadido, en aquella pesadilla que le causó la sensación de que todo había terminado para él, pensó en cada una de las cosas que le perturbaban. El pequeño podía jurar con la mano en el corazón y ante la imagen de algún dios imponente que en el momento en el que sintió terror, los ojos de la Señorita Miedo brillaban, tenían algo para lo cual su limitado vocabulario no registraba palabras para describir; podía asegurar que era como si los colores de los ojos de la Señorita Miedo hubiesen intercambiado posiciones, que su iris giró. En aquel momento todo desapareció a su alrededor: las luces, la certeza de su compañero escondido en la pared que doblaba a la derecha, la misma maestra Braybrooke como la institutriz de inglés, solo quedaba el miedo y aquello que sucedía. Tras aquel torrente de acontecimientos que no tenían explicación y no pudieron ser observados, solo experimentados, la calma inundó al pequeño: toda emoción desagradable desapareció.
–Por favor, retírese a su dormitorio joven York… y duerma tranquilo. –Ahora Mikel estaba asustado, pero por lo extraña de la situación, una reacción comprensible en adultos y más aún en pequeños.– Lo espero mañana en la clase de inglés. –El niño se aferró al asa de la lámpara y salió corriendo, dio la vuelta en donde su compañero aguardaba y este tuvo que alcanzarlo, pues no se detuvo hasta que se encontró recargado en la puerta del dormitorio, apretando su cuerpo contra ella para evitar que cualquier cosa ajena a los cómplices que ahí esperaban pudiera entrar; inquietos, sus compañeros estaban listos para que les relataran de principio a fin, con detalles y explicaciones, la aventura.
La señorita Amanda se limitó a sonreír y cerrar la puerta: uno más.
Dos semanas habían pasado desde el regreso de la Señorita Miedo y, por extraño que pareciera, los casos de niños con pesadillas y vagando por la noche con rumbo a la parte solitaria del internado habían cesado. La situación solo aumentó la creencia de que la señorita Braybrooke era un monstruo, uno tan fuerte que podía asustar al resto de los monstruos.
Amanda Braybrooke tenía un terrible secreto guardado con ella, una misión, una encomienda y un juramento que se había hecho. A su no muy avanzada edad, la Señorita Miedo ya había pasado por al menos cinco internados, en cada uno de los cuales encontró y recogió los miedos. Era sabedora de lo que provocaba, pero era necesario, así podía hacer que demostraran aquello que les aterraba y tomarlo; sus ojos, aquellas extrañas joyas, era lo único de ella que reflejaba que guardaba los horrores recogidos de otro: les regaló paz, les quitó los monstruos que sobre ellos iban montados y ahora podían contar que alguna vez fueron temerosos, mas una extraña mujer, en un instante, les dejó sin miedos. Sus ojos podían tomar lo que otros temían, ver a las criaturas que los escépticos negaban, de ahí la sensación que tenían los sensibles pequeños al mirarla, adultos también, mas ellos se juraban a sí mismos que aquello no podía sucederles.
–¿Se va?
–¡Qué bueno! Ojalá la bruja se lleve todo lo malo que ha traído –dijo Harrison con los brazos cruzados sobre le pecho.
–No era mala –replicó Lucila.
–¿Qué no? Una persona que no es mala no haría que sintieras escalofríos como ella.
–Quizás es por todo lo que dicen de ella –comentó Alice.
–Por algo lo dicen. –Harrison de verdad que detestaba a la Señorita Miedo, en realidad, le temía y le molestaba saber que otros hubiesen sido más valiente que él, pues él tenía que serlo más que todos. Mikel solo miraba con ambas manos recargadas en la ventana, la Señorita Miedo partía, hacía apenas dos meses él estuvo frente a su puerta, con la esperanza de no caminar sin control de sí mismo por la noche, y ella tomó sus miedos.
La Señorita Miedo había cumplido su tiempo en ese internado, mas ya tenía asignada una nueva institución. Dejó ahí temor por su persona, pero se llevó los monstruos, fantasmas y miedos, era hora de ir a otro lugar a asustar