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Recuerdos mentirosos: la fugaz felicidad

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Por Elisa Qui

PARTE I

 

Me llamo Ava y tengo una misión que yo misma me he formado. Hasta la fecha nadie sabe lo que hago, y no quiero que lo sepan. ¿Se han cansado de los malos pensamientos? ¿Están hartos de lo que puede llegar a atravesarse por su mente en un día? Bueno, todo eso que ustedes se guardan, todo aquello que creen que nadie escucha o sabe, yo lo sé muy bien: puedo sentir su dolor, puedo ver a la par de ustedes lo que piensan, lo que pensaron, lo que sintieron y hasta sus anhelos y deseos.

 

Me detuve frente a la habitación de mis padres, dormían los dos, sus vibraciones eran pausadas, lo que me indicaba que no soñaban. Me coloqué frente a la puerta del cuarto de mi hermano, sí, jugaba en su teléfono; las mellizas estaban en su habitación rememorando e imaginando complicidades, aunque somos familia, ellas suelen ser más cercanas, pues al final su vínculo es superior, compartir su propia creación no es poca cosa. Bajé lentamente las escaleras, atravesé la puerta de la casa y me dirigí hacia donde sabía que estaba mi objetivo.

 

Me encontraba frente a la casa de una mujer mayor, pasaba ya los 80 años, abrí la pequeña puerta de madera que solo tenía un pasador; aunque sabía que no los tenía, me tranquilizaba siempre que cruzaba el que un perro no me sorprendiera, ellos podían ocasionar un escándalo que avisaría de un intruso y no tendría poder para controlar a tantas personas. En el corredor que rodeaba la casa había algunas sillas que hacía tiempo nadie empleaba, se mantenía en condiciones decentes gracias a que había una mujer que solía hacer la limpieza y al menos pasaba un trapo. Di la vuelta a la casa para llegar a la parte trasera, pues ahí se encontraba la ventana del cuarto de la mujer. Me dejé caer suavemente sobre el polvoriento sitio, recargué la espalda en la pared blanca ya manchada por los años y doblé las piernas para ponerme cómoda, suspiré.

–Cuéntame de ti, cuéntame lo que sea que te haga feliz. –Dije para mí. Cerré los ojos y me dispuse a atravesar la pared, la habitación, el cuerpo de la mujer y visitar su mente, en el pasado y presente, a descubrir sus ilusiones, todo sin moverme de aquel pasillo. No me pregunten cómo es que lo hago, porque no podría darles una explicación, tan solo sé que en un instante mi mente y la de otro parecen volverse una. Durante un periodo de tiempo que desconocía (pudo haber sido un minuto o media hora), me dediqué a explorar los recuerdos más hermosos de la mujer, aquello que la hiciera sentir feliz, los momentos de mayor alegría en su vida, donde sintió que deseaba permanecer para siempre. Supe que a su boda fueron pocas personas, pues no estaban de acuerdo en que una mujer que podía aspirar a casarse con un hombre muy rico eligiera a un simple ingeniero que tuvo que hacer muchos esfuerzos para concluir la escuela y apenas y tenía un puesto como obrero, pero ella no miró a nadie ese día, lo miró a él y no podía creer que estuviese en el altar a punto de jurar amar a alguien por la eternidad. Supe que el día en que tuvo a su primer hijo le prometió amarlo con todas las fuerzas que tuviera, y si no las tenía, encontrarlas, que lo querría incondicionalmente. Tres hijos más, dos mujeres y un hombre, le siguieron al primero, y a todos les juró dar lo mejor de ella como madre y amarlos. Guardaba cada precioso momento de pequeños y grandes triunfos de sus descendientes. La mujer, de la que desconocía el nombre, pero ahora conocía muchas escenas de su vida, desbordaba felicidad el día en que su esposo fue nombrado jefe de área, y cada vez que tuvo un logro le recordaba la profunda dicha de ser su esposa. Topó con un momento que ella anhelaba, aquel en que los cuatro hijos fueran a verla, pero eso no sería posible, porque hacía cinco años que uno de ellos murió en un accidente, camino a dejar las invitaciones de su boda.

–Así que eso es lo que quieres, pues a allá vamos. –Así, la mujer de avanzada edad pasó a tener a todos sus hijos sentados alrededor de la mesa, de nuevo podía ponerse de pie, y le di un regalo más, la presencia de su esposo. Cree con ella tal conexión que la mujer pudo sentir como una absoluta realidad todo lo que sucedía.

 

Nadie se dio cuenta cuando llegué a mi habitación y me puse rápidamente la pijama, este tipo de escapadas las efectuaba únicamente cuando estaba segura del lugar al que iría, pues en una ocasión decidí ir por ahí buscando a quién darle lo que yo denomino un recuerdo mentiroso y terminé perseguida por un ebrio, al menos fue eso y no algo peor.

 

Hay sitios a los que no me gusta acudir, sé que debería hacerlo, pero es difícil soportar tantas mentes a la vez, y tantas de ellas con momentos dolorosos. En alguna ocasión traté de ir a una calle famosa por la cantidad de sintechos que ahí se encontraban, la mezcla entre ellos y niños abandonados creaba una sensación que no pude soportar, no por la cantidad de voces, sino por el dolor, la desolación, el miedo… jamás en la vida he sentido tanto miedo como en ese momento; sin embargo, uno no siempre puede huir de aquello a lo que le teme, yo no le temo a las voces que no existen, sino a aquello que piensan, que creen que nadie escucha… y yo los escucho.

 

 






¡Hola!, espero les guste el texto de esta ocasión, es la primera de las tres partes que lo componen. Descuiden, “Señorita Miedo” volverá pronto.

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