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Mariposas invasoras

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Por Elisa Qui

Agua con sal, mucha agua, dedos y cepillos de dientes, todo eso podría funcionar para darse una ayudada a vaciar el estómago, pero nada de eso le ayudaría a solucionar su situación, pues lo que ella necesitaba era ahogar, deshacerse de lo que había en su estómago.

En cuanto Irene comenzó a darse cuenta que cuando miraba a su amigo Matos, Mateo, sentía una extraña sensación en el estómago, decidió que tenía que ponerle solución a aquel problema, ella bajo ninguna circunstancia quería enamorarse, mucho menos de Matos.

–Mariana. –dijo Irene moviéndose suavemente en el columpio, arrastrando los pies.

–¿Mande? –dijo la chica sin dejar de mirar el celular, acostada en el césped de al lado.

–¿Cómo supiste que estabas enamorada de Roger?

–¿Qué?

–Que cómo supiste que estabas enamorada de Roger. –Su hermana despegó la vista del celular.

–Pues no lo sé, un día lo supe y ya.

–Sí, pero qué sentiste.

–Sentía bonito al verlo. –“¿Cómo se siente bonito cuando ves a una persona?”, pensó Irene, quizás se sentía bien con él, o alegre.

–¿Como si te gustara estar con él?

–Pues obviamente sí, me gustaba estar con él.

–¿Y cómo supiste que ya no saldrían juntos?

–¿Eso quieres? ¿Molestarme?

–No, solo quiero saber cómo se siente que…

–¿Que te rompan el corazón? ¿Que te destruyan? –Era evidente que Mariana se había alterado, no era tan difícil que se molestara después de todo, pero ya iba a comenzar a solo discutir.

–Sí.

–Eres una estúpida, Irene. Me largo de aquí. –Y así fue, se largó de ahí, Irene la siguió con la mirada, observó que entró a la casa por la puerta de la cocina y continuó en su columpio, recargada en la cadena, balanceando a la par de su cuerpo todas las ideas. “Es burlón, hace cosas que me gustaría hacer con él y no me cuenta, tiene otras amigas a las que no les agrado, fue al cumpleaños de Adriana y no me dijo nada”… enlistó todas esas cosas en su mente y saltó de su lugar con una idea fija, quizás esa era la respuesta, anotar todo aquello que no le gustara de él para que así él mismo terminara por no gustarle y fuese como hasta entonces su buen amigo.

 

El asunto no le había hecho nada de gracia a Irene, un día se descubrió arreglándose un poco más antes de encontrarse con él, pero al final se convenció de que lo hacía solo porque saldría y quería verse bien; mas cuando la situación se repitió, su madre se paró tras de ella frente al espejo y anunció unas palabras que la enmudecieron de miedo.

–Me alegro que hayas comenzado a arreglarte, verás que pronto él se da cuenta de lo bonita que eres y se enamora de ti. –Le dio un beso en la frente y salió del cuarto. ¿Cómo? ¿Por qué él se enamoraría de ella? ¡No! Ella quería un amigo, no un amor, no que pronto él no quisiera ser su cómplice. Se enojó con ella misma por aquella idea de ponerse bonita para él, ¿quién era él? Se deshizo la trenza que había hecho y se quitó el poco de brillo en los labios, y si pudiese haberse puesto algo para oler mal o retirar el perfume, lo habría hecho.

Eso no fue todo, después se descubrió esperándolo con ánimos a donde sea que fuesen a encontrarse, sonriendo y diciendo a todos muy contenta y orgullosa que esperaba por él, decepcionándose cuando él tenía otras cosas que hacer y no podían verse. Recurrió entonces a un método que su hermana usaba casi religiosamente: las revistas. Según unos cuantos cuestionarios y después de un par de artículos, las mariposas en el estómago te visitan cuando comienzas a sentir algo por alguien.

–Así que esas son las invasoras –se dijo Irene–, las malditas culpables de todo esto. Pues si ese es el problema, vamos a arreglarlo.

–¡Sal de aquí! –Llegó su hermana, y ni siquiera terminaba de poner los dos pies en su cuarto cuando ya estaba gritando.

–Tan solo estoy viendo las revistas.

–Mis revistas. Cómprate las tuyas y deja de molestar.

–Ni que sirvieran tanto tus porquerías. –Le respondió enojada, pues así era, todas decían cómo saber que estabas enamorándote de alguien o cómo enamorar, pero no cómo dejar de estarlo, que era lo que ella necesitaba.

–Tía. –Su tía solo le respondió con un sonido, invitándola a hablar mientras la peinaba–. ¿Cómo te desenamoras de alguien? –La tía Melina incluso soltó el cabello.

–¿Cómo?

–Que cómo te desenamoras de alguien. –Tomó de nuevo un mechón y siguió en lo que estaba.

–Pues… no hay forma, querida, realmente. Supongo que cuando empiezas a ver que las cosas fallan. Todo cae por su propio peso y un día, cuando menos te lo esperas, te desenamoras.

–¿Siempre?

–Casi siempre, sí. Con el tiempo y los errores uno termina por desenamorarse.

–Bien. –Su tía continuó haciendo algunas preguntas sobre por qué estaba interesada en aquello y logró librarlo con respuestas como “por simple curiosidad”.

 

Por más que trató de detenerlo, a partir de que se dio cuenta, no lo hizo con la suficiente velocidad, aquellas invasoras mariposas –que bien podrían ser una bacteria en su cuerpo– estaban avanzando a tal velocidad que le aterraba. Ningún método que tratara de implementar parecía hacerles frente: tras una mañosa reacción –casi como un malvado juego con ella­– que lograba que pareciera que ya no le gustaba tanto, veía con desespero al poco tiempo que se sentía igual, como si no hubiera tratado de curarse. Irene prefirió anticiparse y averiguar cómo se desarrollaría toda aquella terrible cuestión de un enamoramiento, las respuestas que conseguía la dejaban más preocupada: no solo no había cura, sino que lo que ofrecían era ayuda para el dolor que atacaría cuando las cosas comenzaran a ir mal o cómo tratar de que las cosas no fueran mal (al menos no tan rápido), pero le parecía una tontería, porque solo se trataba de aletargar el sufrimiento, pues si comenzabas a ver los primeros atisbos de un quiebre, es que las cosas se romperían en cualquier instante.

 

Se encontraba acostada en su cama, con los ojos cerrados y el celular sobre el estómago, escuchando alguna vieja canción de amores destruidos, pues a la edad que sea y sin conocer de amores, uno puede sentirse en algunas canciones; el teléfono le produjo un suave cosquilleo con la vibración. “Zopenca, en el parque estoy en 15 minutos.” Era Mato, ella tendría que salir en diez minutos de su casa, el parque le quedaba a cinco minutos. El gran momento se acercaba y nadie sabía la decisión drástica que había tomado. Llegó a la conclusión de que cuando uno está enamorado cambia, y ella no quería cambiar demasiado con él (quería a un amigo, no un amor); los enamoramientos acaban en rupturas y dolores (y ella quería ser feliz), y como no había cura más que atravesar el proceso, llegar a una destrucción rápida le pareció la mejor alternativa, así no tendría que esperar a que las cosas empeoraran de a poco, se brincaría todas las fases: de un golpe y sin más heridas que la final.

 

Habían terminado de hacer el trabajo a entregar el día siguiente, podía verse el final de los vasos de sodas y faltaba poco para regresar a casa, así que era ahora o ahogarse en mariposas.

–Dilo, solo por favor di de una vez aquello que dicen cuando van a destruirte –le dijo muy seria a Mato, sin mirarlo a los ojos.

–¿Por qué haría eso? Es decir, no entiendo por qué crees que yo sé lo que alguien dice cuando va a destruirte o por qué querría hacerlo. –Era difícil explicarle que ella le había dado vueltas al asunto durante tanto tiempo y que lo que deseaba era sufrir de una buena vez, no en pedacitos hasta apagarse.

–Di lo que las personas dicen para destruir a otra, aunque se gusten o algo así.

–No entiendo por qué haría eso, si tú a mí no me gustas. –Y sin entender nada, sin querer hacerle daño, ya lo había hecho. “Tú a mí no me gustas”, cerró los ojos y suspiró.

–Gracias –arrojó de ella con toda la dignidad que un alma rota puede decir y se dio la vuelta, sin mostrarle las tibias lágrimas que ya se deslizaban por sus mejillas.

–¡Irene!

–Nos vemos luego, Mato… –se susurró bajito– cuando ya no tenga miedo a que me destruyas.

 

¡Hola! ¿Cómo están? Hoy cambié un poco el giro de los textos, no hay magia, al menos de hechizos, pero encontramos algo que se siente muy parecido: el amor. No todos quieren convivir con él, pues después de todo es aceptar que cambie algo radicalmente en ti, en que otro tome espacio en tu mente y, bueno, no soy el ser más romántico, pero diré que en el corazón también. Espero les guste y me cuenten si ustedes son como Irene, que no quiere invasores en su estómago, menos en su vida, o si, al contrario, tienen puertas, ventanas y hasta coladeras abiertas para dejarlo pasar. ¡Hasta las próximas letras. Nos leemos pronto!

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