Recuerdos mentirosos: la fugaz felicidad
Por Elisa Qui
PARTE II
–¡Ava! ¡Ava! –Reconocí la voz, volteé y confirmé de quién se trataba, Mili, mi mejor amiga.– ¡Hey! Mañana es la salida al orfanato, no olvides traer las donaciones que dejamos en tu casa. –Sonreí pesadamente y asentí.
–No lo olvido.
–Hasta pareciera que te desagrada la idea, un momento de buena samaritana no te vendría mal.
–No es que me desagrade la idea Mili, después de todo te ayudé a recolectar, es solo que todo el dolor que ahí hay…
–Por eso vamos. –Interrumpió y entendí que en este momento lo único que me quedaba era estar de acuerdo con ella.
–Vale.
–Les daremos un poco de felicidad a esos niños.
–Ya, ya, ahí estaré.
–Confío en eso. –Por extraño que pareciera, nunca me había metido en la mente de Mili, era algo que había evitado, puesto que prefería conocerla por la forma en la que ella se presentara ante mí y no por lo que yo pudiese descubrir de ella, todos teníamos secretos, y estaba completamente segura de que Mili también los tenía, incluso se reservaba opiniones respecto a mi persona, así que para no dañarme y tener al menos un par de amigos evite hurgar en ella; además, ella tenía comentarios agrios, no imaginaba lo que reservaba para ella. Entre esos pensamientos vi llegar la camioneta de mamá. Fui la primera en subir al auto, así que me tocaba el lugar de enfrente.
–Hola, mamá.
–Hola princesa, ¿cómo te fue?
–Muy bien, gracias, ¿tú qué tal?
–Bien, ya sabes, entre algunos encargos del salón de belleza y la casa he estado muy ocupada.
–Imagino. –La puerta trasera se abrió.
–Tramposa, aprovechas que tienes clase con Magaña y los deja salir antes para ganar el sitio.
–Hola, hijo, yo también te extrañé.
–Hola mamá. Oye, ¿crees que hoy pueda ir al centro comercial?
–¿Cómo te fue?
Minutos más tarde llegaron las mellizas y partimos. Mamá dijo que solo teníamos que pasar por la comida que había pedido, pues no había tenido tiempo de hacerla. Me alegró que pidiera la comida, se la encargaba a Bertha, una mujer que fue su empleada hacia años en el salón de belleza, pero se retiró y se dedicaba a la venta de comida para llevar.
Nos encontrábamos en un alto del semáforo, cerré los ojos y me recargué sobre el asiento y, de pronto, ahí estaba. Solía sucederme aquello, no siempre tenía que buscar yo la conexión, a veces venía, pero en esta ocasión fue como un golpe de angustia y desolación lo que me atravesó; esas eran las peores emociones, las que te podían llevar a ser su compañero o caer en el mismo estado, pues es difícil distinguir dónde termina el otro y estás tú. En el edificio que se encontraba a un lado de mi ventana, de unos diez pisos de altura, en el último nivel, estaba alguien y, sin que él lo supiera, yo estaba ahora con él. Cuando aquel hombre se sentía completamente solo en medio de una vibrante ciudad en hora pico mi alma y mi mente se encontraban junto a él, como si alguien hubiese planeado meticulosamente ese instante.
–Detente, por favor no lo hagas –dije suavemente, sin querer alterarlo. En este momento yo era su conciencia o lo que él a posterior recordaría como una experiencia sobrenatural. En ese preciso momento tenía en mis manos la vida de un ser humano que no conocía, que no tenía relevancia en mi vida y a la vez él nunca había tenido a alguien tan profundo en su ser. Nunca me había pasado que a tal distancia pudiera sentir a las personas. El sujeto lloraba descontroladamente y yo miré hacia enfrente, pocos segundos tenía, pues no sabía si era posible mantenerme conectada cuando continuáramos con nuestro camino.
–No hay motivos para que siga aquí. Este dolor, este miedo, esta soledad…
–Yo estoy contigo. –Rara vez hacía algo como eso, por lo usual creaba sueños para ellos, o trances, no hablaba en su mente, pero este era un caso especial. En esta ocasión, para mi suerte, el tipo parecía tan fuera de sí que no le extraño una voz acompañándolo.
El semáforo cambió de color y el carro comenzó a avanzar. Sentí que lo perdería, no sería posible continuar, lo que durara lo intentaría.
–¿Qué sentido tiene para mí la vida?
–El que tú le quieras dar.
–No puedo continuar así, siento tanto dolor, siento que los he defraudado a todos.
–Sí te vas, se sentirán heridos, sentirán que fallaron.
–No encuentro una solución que no sea esta, y no sé si quiero buscarla. Me he cansado de esta monotonía de vida.
–Pues cambia tu vida, pero no acabes con ella.
–No hay nada en lo que sea bueno, no hay nada especial en mí.
–Quizás no lo has encontrado.
–Ya no quiero sentirme así.
–¿Cómo quieres sentirte?
–¡No sé! ¡No sé nada! –Lo vi caminar hacia enfrente, colocar sus manos en la barda para apoyarse y subirse.
–¡No! –Grité desesperada, todos en el auto me miraron. Lo haría, presenciaría un suicidio, estaría en mi conciencia y no habría hecho nada para detenerlo, ni siquiera estando dentro de su mente. Viento, aire fresco que corría a gran velocidad y chocaba contra un cuerpo, velocidad y gravedad se conjugaban a la vez que chocaban, caída libre y respiración agitada sintiendo que por más que luchara no podría detenerse, el final era el choque contundente, movía con desesperación los brazos y las piernas con tal de detenerse.
Sentía la humedad en la piel, la bruma cubría su cuerpo en medio de un paisaje magnífico con una abundante vegetación, la cual rodeaba a la cascada, hipnotizaba con la sinfonía que interpretaba el agua al no dejar de moverse, una danza eterna. Como un ave se elevó en vuelo, tampoco podía controlar hacia donde iba, pero observaba la escena ahora en dirección contraria a la de antes, primero hacia arriba y después hacia enfrente; su cuerpo, a pesar de no tener poder sobre sus movimientos, era sostenido por una extraña fuerza que le daba rigidez y que no lo hacia tambalear como gelatina por los aires. Comenzó a sonreír frente a aquella sensación, de la agonía de sentirse a segundos del final a verse contemplando una magnífica selva en la cual aves de colores vibrantes se volvían sus compañeras de camino, o de nubes; los sonidos que emitían no le parecían precisamente un magnífico canto, pero prefería pensar que le anunciaban su complicidad o le daban la bienvenida a los cielos. Ahí, en medio de la naturaleza y de el esplendor de la creación, un hombre con pantalones de mezclilla gastados, camisa a cuadros desfajada y con sudor que comenzaba a secarse, una sudadera y unos tenis sucios, volaba sonriendo.
–¡Ava! ¡Ava! ¿Qué sucede? –Los miré sorprendida, con la cara cubierta de lágrimas y las manos sudadas. Me había perdido por completo los últimos… ¿segundos?, ¿minutos? –Ava, ¿qué pasa? –Mamá me miraba preocupada, las mellizas se habían metido en medio de los dos sillones para observar, Javier se había quitado los auriculares y contemplaba la escena esperando una explicación.
–Yo…
–¿Qué? ¿Tú qué?
–Yo, no lo sé. –Era la realidad, podía tratar de explicarles, pero acabarían viéndome peor de lo que lo hacían ahora y no me sentía preparada para “la charla” sobre aquella extraña cosa que hacía que pudiese entrar en los demás y crear experiencias en ellos.
–¿Cómo que no lo sabes? Has gritado.
–Está loca mamá, eso es lo que pasa.
–Basta Javier. ¿Qué pasa? –Suspiré y tomé un poco de verdad y la conjugué inventándoles un cuento sobre un amigo que quería suicidarse y me sentía desesperada porque no encontraba la forma de ayudarlo. Sería más fácil evadir decirles quién era mi amigo a explicarles lo que acababa de suceder.
Después de reventarme una excusa que dejaba a mamá preocupada por un compañero que podría quitarse la vida, pasé el camino debatiéndome si hacer que mi madre volviera al lugar, pero no tenía una excusa para que regresara, tampoco sabía si era lo suficiente valiente como para enfrentar que el hombre se hubiese tirado del edificio; la culpa me carcomería, lo hacía ahora y sería peor cuando me encontrara con el terrible escenario. No lo hice. No volví. Fui cobarde y preferí continuar.
¡Hola!, hoy nos vemos con la segunda parte de “Recuerdos mentirosos: la fugaz felicidad”, ya estamos a un paso de conocer el final de la historia de Ava… ¿o el principio?
Cuéntenme por favor cómo se han sentido con esta historia, estaré muy contenta de escucharlos. ¡Bonita semana!
¡Hay más!...
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