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Recuerdos mentirosos: la fugaz felicidad

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Por Elisa Qui

PARTE III


No hice deberes y me encerré en la habitación; para mi suerte, tras la excusa, mamá entendía que no me sintiera de los mejores ánimos, la mellizas se aparecieron solo una vez en mi cuarto y fue para darme una rebanada de pastel, aunque rondaban por ahí y yo me mantenía en contacto con el exterior por ellas, susurraban mucho, pero con que pensaran era suficiente para mí. Lloré, por aquel hombre y mi falta de valor, en mí no cupo la excusa de que era una desconocido, uno de los tantos que cada día perecen. Lloré, por el futuro que me esperaba y la soledad en este castigo, en este extraño deseo de muchos, pero que ya con él uno sabe que hay pensamientos que no debieran ser escuchados, mucho menos realizados.

 

Me desperté al día siguiente, con sinceridad, no cabían en mí demasiadas ganas de levantarme y acudir a un orfanato para observar más tristeza, pero quedaría como una absoluta egoísta al hacer eso, además, parte de las donaciones las tenía yo y mucho menos quería ser vista como una ladrona. Traté de mentalizarme respecto a que los demás caminaban por la vida sin saber nada de la mente de los otros, por tanto no podrían ayudarlos, si mamá no hubiese pasado por ese camino, en ese preciso momento, quizás ni siquiera yo hubiera estado para él. Con un buen sermón de mamá respecto a que no podré solucionar la vida de los otros y que lo mejor que podía hacer era acudir con personas que pudieran ayudarle, me dirigí a la escuela. No abrí el diario, no revisé ninguna forma de noticias y no pelee con mi hermano cuando puso su música en el auto, lo que importaba era no encender la radio y toparme con la posibilidad de escuchar una ráfaga noticiosa.

 

–¡Ava! Qué bien que estés aquí.

–Dije que lo estaría. –Di un beso en la mejilla para saludar a Mili, llevaba las bolsas con juguetes y mi mochila en la espalda.

–Bien, acompáñame a poner todo esto en el área para equipaje.

–¿Quieres pasarle lista?

–¡Por supuesto que no, tonta! Confío en ti. Mejor hay que tomar nuestros sitios en el autobús, no sea que nos dejen hasta atrás.

–Sí, malditos abusivos, de pronto y nos ponen junto al baño.

–O junto a Tomás.

–Y escucharlo hablar dos horas de su tío el súper millonario, ¡me bajaría de ese autobús aún andando a los 15 minutos!

Subimos al transporte tras pasar lista, para nuestra suerte pocos habían llegado y aún estaban desocupados varios lugares en la parte de en medio. Cuando era el momento de arrancar, subió el chofer a presentarse con nosotros.

–Buenos días, chicos, mi nombres es Emilio y seré su chofer el día de hoy. –Suspendí mis carcajadas con Mili al observar al hombre que ahora hablaba y mi rostro cambió a una sorpresa absoluta, sentí una corriente fría recorrerme y después una nueva sonrisa (especial, diferente) se formó, comencé a reír. Emilio, así se llamaba el hombre que había… ¿conocido?... ayer. Emilio no se había suicidado y me sentía muy orgullosa de él, no sabía si lo volvería a intentar, no sabía exactamente qué lo estaba llevando a aquello, pero al menos por una vez, en un instante, en su propia mente, logré que él cambiara de decisión, que fuera libre. No me metí de nueva cuenta en su mente, me esmeré durante todo el viaje, porque hasta para los invasores, como yo, hay límites, al menos yo me los he puesto.  

 

Sí, como pensaba, había sido muy difícil la asistencia al centro de acogida para menores, muchos sueños, miedos, dudas y enojos llegaron a bombardear mi mente, pero lo ocurrido en la mañana había servido para hacer más pasable toda la situación. No sabía a dónde me llevaría esto o si algún día me toparía con pensamientos tan oscuros que provocaran mi perdición, tampoco si sería eterno, ni cuánto se podría expandir, porque, tras lo de ayer, ahora conocía que la distancia en la que podía influir sobre los demás era mayor a la que pensaba.

Iba caminando entre los pasillos, pues necesitaba despejar mi mente un poco de todo aquello, además, era un exconvento, por lo tanto recorrer la construcción y los jardines era agradable. Quizás esa sea mi misión, que sueñen, que sean felices, que por un momento tengan la felicidad, una falsa felicidad, que tanto anhelan, aunque en ocasiones me arrastre un poco a la propia locura y desesperación que me comparten sin saberlo. La tremenda soledad es lo que pesa, el sentirse incomprendido y sin poder confesar lo que descubro en otros. En todo aquello reflexionaba cuando sentí un “choque”, como le denominaba a cuando un pensamiento se colaba en mi mente.

–No estás sola. –¿Estaba acaso enloqueciendo?, porque nadie hablaba, pero sí escuchaba aquello. –No, no estás enloqueciendo.

–¿Quién eres? ¿Dónde estás?

–Los dos sabemos que no importa dónde estoy. Soy lo que eres tú, pero en otro cuerpo.

 

Y ahí, perdida, en un orfanato, viendo hacia todos lados y al cabo de unos minutos, descubrí que no estaba sola, había más como yo, más intrusos en las mentes. 




 

 

 

¡Hola! ¿Cómo están? Hoy se acaba nuestro relato con Ava, espero con todo mi corazón que haya sido de su agrado. Nos vemos la próxima semana con el inicio de otra historia.

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